Iniciamos un año muy completo de citas electorales y los medios de comunicación, así como las redes sociales, se hacen eco, no sólo de las posibles perspectivas de cada partido ( a modo de sondeos y encuestas) y las supuestas alianzas, sino también fomentando el anecdotario en torno a los candidatos de cada una de estas convocatorias.
Observando perfiles, nos percatamos que sigue en auge una tendencia, quizás más comentada en la calle que en el interior de las formaciones políticas, sobre la formación de aquellos que se postulan a ocupar un cargo público.
Hay que partir de la la base de que el concepto de formación tiene muchas aristas para definirlo. ¿Qué significa? ¿ tener un título académico? ¿ haber realizado muchas actividades relacionadas con el puesto que va a ocupar? ¿ mostrar una pericia especial a la hora de resolver problemas que puedan afectar a la ciudadanía?
Si desentrañamos todas o algunas de estas incógnitas podemos llegar a la conclusión de que la formación, lo que coloquialmente conocemos como el curriículum, no debe ser una rémora, una losa, un lastre, es decir un inconveniente.
No se trata de defender sólo el elitismo dentro de la función pública, pero entiendo mucho menos lo contrario: primar la indigencia intelectual.
De esta manera y dejando atrás esas frases hechas tan manidas como aquella del “ gobierno de los mejores”, queda claro que a cualquiera de los niveles, siempre será preferible contar con los más aptos para que te ayuden a completar el equipo más óptimo del que rodearte.
Y eso, insisto, no tiene nada que ver, con tener colgado en la pared un título que acredite tu excelencia, sino más bien, con ser conscientes de que el hecho generalizado del esfuerzo realizado por muchas personas a lo largo de toda una vida podría valer como aval para desempeñar determinadas funciones.
No todos podemos ser mecánicos, fontaneros, veterinarios, médicos o profesores. Se necesita, a mi juicio, haber adquirido una serie de destrezas que, entre otros muchos factores, los proporciona la formación.
Y esto que acabamos de nombrar vale en nuestro caso también para los cargos de representación.
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