La semana pasada tuvimos el placer de asistir a la presentación de Todos los futuros perdidos, un libro en el que Borja Sémper y Eduardo Madina nos cuentan sus respectivas experiencias y dolores durante los años en los que ETA mataba cada día.
La Asamblea de Extremadura, lugar en el que debatimos y decidimos lo mejor para nuestra tierra, fue el escenario donde dos demócratas con claros posicionamientos humanistas, nos regalaron una charla sincera y vacía de eufemismos.
El lenguaje, una de las herramientas esenciales en cualquier lucha ideológica por el relato, fue una de las armas en el que los asesinos construían el silencio de las mayorías y el falso romanticismo de unos guerreros que luchaban -según ellos- por la libertad del País Vasco.
Madina y Sémper fueron víctimas del odio y del totalitarismo nacionalista que, como en cada una de sus expresiones más extremas, asesina y genera el terror en aquellos seres impuros que no responden a su cosmovisión del mundo.
Eduardo Madina hizo gala de su humanismo y lo resumió en que ninguna idea vale más que una vida. Tan simple y tan real que parece una pesadilla que, después de una guerra civil devastadora, no hayamos aprendido que, primero la vida, siempre la vida.
Matar o morir en un sistema que garantiza expresiones y libertades, derechos y convivencia, es aún más criminal. No era la resistencia del pueblo contra el fascismo, aunque le lavaran la cabeza a sus sicarios. Era asesinar a sangre fría a personas que hacían su trabajo y representaban a sus vecinos.
La lección de todo lo vivido y hablado a partir de este libro esencial para la construcción de una conciencia democrática, es lisa y llanamente la memoria. El no olvidar los hechos y sus razones, por más trágicas que sean, hacen madurar a una sociedad que, desde la aceptación de sus vergüenzas, avanza hacia un futuro mejor.
Toda lucha contra el odio y la exclusión, toda resistencia a la mentira y al totalitarismo, nos hará más fuertes ante las generaciones que vienen y sus retos. Es esencial conocer nuestra historia, expiar nuestras ignominias y dar pasos al frente desde las convicciones democráticas que, en el caso de Borja Sémper y de Eduardo Madina, son inspiradoras.
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