A vueltas con el análisis de la Historia y sirviéndonos como introducción para hablar de algunas otras cosas, podemos recurrir a lo que denominó Javier Cercas “ el timo de la tercera España”.
El escritor de Ibahernando nos recordaba entonces que, cuando alguien nos quiere poner como ejemplo las atrocidades que se cometieron en ambos bandos de la guerra civil española, trata de poner al mismo nivel a ambos bloques contendientes. Y no son lo mismo. La República en 1936 era una democracia, imperfecta, pero democracia.
Por eso, ahora que pretendemos creer que vivimos bajo un estado del bienestar y convivencia consolidado, tenemos que hacer ver que, bajo el pretexto y amparo de la libertad de expresión, no puede valer todo.
No se comportan de la misma manera los que, en defensa de sus ideales, hacen su trabajo. Colaboran por extender sus propuestas. Por, como diría Unamuno ( pero a la inversa), convencer para vencer.
De esta forma ponemos, en el debate político, al mismo nivel a los que insultan, a los que atentan contra los valores democráticos, a los que amenazan… al lado de los que, pasando mucho más inadvertidos para los medios de comunicación y/o para las redes sociales o ciudadanía en general, intentan llevar a cabo sus programas de Gobierno.
Y lo malo, dentro de lo que cabe, no es el ambiente generado, el contexto que dirían algunos. Lo peor es cuando dentro de esta presunta equidistancia, los que actúan con feroz agresividad se sitúan en ámbitos con decisión de poder.
Entonces sí que llega el llanto y el crujir de dientes. Es el momento en el que nos vemos involucrados con la puesta en marcha de la destrucción de todo un sistema de libertades que se había venido construyendo en las últimas décadas.
Y no es ciencia ficción. Está pasando gracias a que han conseguido que cale entre los posibles votantes la sensación de malestar general. Se ha equivocado el concepto de autoridad confundiéndole con el de totalitarismo. Son, parecen decirnos, mis principios inamovibles los únicos con suficiente valor para llevarse a cabo.
La sociedad, en ese sentido, involuciona en lugar de ser un ente cambiante que se actualiza de acuerdo con el ritmo vital de sus miembros.
Por eso, la equidistancia, como comentábamos al comienzo del artículo, es un timo. Hay que tomar partido.
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